cuatro giros y medio.




Seguían pasando minutos y las manecillas ya habían renunciado a la cordura, se mantenían inmóviles como petrificadas por alguna fuerza mayor que les impidiese volver a su tormento habitual, las manecillas, doradas, lucían apagadas, mates y grises, llenas de mierda, reflejaban mejor que nadie una decadencia terminal, como cuando sabes que ya es el final de algo pero no estas dispuesto a asumirlo, como si de algún modo no quisieras creer lo que se te viene encima. Ahora siéntate tengo que contarte una cosa, mírale, tiembla demuestra una debilidad que empieza a ser evidente, se abraza las rodillas con fuerza, mira al infinito pero no puede ver más allá del alcance de sus manos, tampoco le preocupa ahora solo desea que su cuerpo desnudo no encuentre el modo de escapar de esa perdición, busca una salida o una mirada que la saque de la indiferencia y la despierte, para que de algún modo pueda volver a girar, pueda volver al vaivén de las manecillas olvidadas en la penumbra.





















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