Las musas siempre han sido princesas ordinarias y consentidas, reinas de sus escombros y diosas de cualqueir loco, vulgares y rotas, idealizadas y feas, caprichos de una idea macabra, son la traición del espíritu y el reflejo de un iluso, un paraíso distante e huidizo, muñecas rotas que juegan a esconder un misterio en sus pupilas, son como una fantasia inalcanzable, la promesa de un cielo en un suelo sucio y gastado, lleno de piedras. Son dueñas de un encanto marchito, de un recuerdo y un retrato, mil desengaños y una furia que las hace arder, saben defenderse destrozan almas y se suben a ellas, las despedazan y alimentan su ego con ellas, se sumergen en su propio negror y se empapan de su maldad, para entonces recomponerse y afilarse las espinas.
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