El fin del mundo.




Yo me sentía como si las olas se hubiesen detenido, como si ellas también quisieran hacerse partícipes en lo que representaba una reverencia de la naturaleza ante nosotros, ante lo que representabamos nosotros tal vez, como si jugaramos a unir fuerzas, a luchar y a seguir adelante, cuando sin embargo todo lo que buscabamos entonces era huir, queríamos contagiarnos una locura desmedida e incoherente, como una última incongruencia insostenible que nos embriagaria de tal modo que alimentaria todas nuestras ansias y nos permitiria respirar allí donde quisiesemos estar, cegandonos en nuestra perdición, aislandonos de un pánico y protegiendonos, encerrandonos nuestro alma, sin salir. Para entonces ya no importaba nada más, todo carecía de valor, o eso parecía, estaba todo decidido, como si todo fuese por sorpresa, como si el fin del mundo nos pillase allí por sorpresa.

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